El halcón maltés


Por José Miguel Gándara C 



El halcón maltés es un film de exordio, es decir, contenedor de la esencia artística y cinematográfica de su director, el gran John Huston. La esencia, el modus operandi, al menos, a mi modo de ver, nos dan una certera pista de la mirada del autor sobre el mundo que le rodea, sobre su perspectiva de la realidad, su mundo interior y su subjetividad. ¿Y qué es el cine sino una gran subjetividad?. 


Con "El halcón maltés" John Huston hace su debut detrás de la cámara. La película, por otra parte, no estaba basada en un guión original del propio Huston, sino en la novela del mago de la crónica de ficción negra Dashiell Hammett, y de la que la Warner Bros había adquirido los derechos para llevarla a la gran pantalla. 

El presupuesto de la película alcanzaba los trescientos mil dólares y llevaría un tiempo de ocho semanas de rodaje en los estudios de la Warner. Por este y otros motivos, algunos actores ya consolidados en el panorama hollywoodiense como George Raft, Ann Sheridan o Geraldine Fitzgerald rechazaron participar en el proyecto. No obstante, esto supuso la apertura de una gran oportunidad para otros intérpretes como los conocidos Humphrey Bogart o el de la eterna enigmática faz, Peter Lorre. A Peter Lorre se le podrá tachar de muchas cosas, como por ejemplo carecer de un gran atractivo físico, pero lo que no se le puede negar es su carácter de animal de la pantalla, ya que dominaba todas las intensidades interpretativas, desde el histrionismo más exagerado hasta los matices tocados de una sutilidad casi inapreciable para el ojo del espectador. 

Los actores han ocupado siempre una centralidad en el cine de Huston, con los que se ha dedicado, a lo largo de su extensa filmografía, a realizar largos ensayos teatrales con ellos. 
En el halcón maltés, los encuadres son tomados desde abajo, sugiriendo en el espectador la impresión de que los techos aplastan literalmente a los personajes, empujando así, tanto al espectador como a los personajes hasta el límite de la obsesión existencial.
No sólo una obsesión, sino que toda una constelación de obsesiones pululan a lo largo y ancho del film, adquiriendo la figurilla del "halcón maltés" un carácter de tótem o de sublimación de cualquiera de esas obsesiones.

La película resulta ser, en definitiva, una recreación claustrofóbica de la cotidianidad humana en pos de la adoración de lo inefable, de la figurilla que representa a un halcón, animal totémico por excelencia, depredador y majestuoso.¿ Acaso serán sus sustancias y valores adquiridos un estado a alcanzar por todos los personajes de la película, por los espectadores, por todo ser humano desprovisto de la moral cristiana y civilizadora?. 

¿Es el halcón maltés un trasunto de la verdadera condición humana? Ni John Huston, ni Dashiell Hamett, ni Peter Lorre, están aquí para sacarnos de la duda. En lo personal, estoy convencido de ello, de que esa es nuestra tragedia. 


 

Siempre he creído que, tanto el cine como la vida, se sostienen y se solapan mutuamente. Se necesitan el uno al otro como si de un meollo cuántico se tratase. El cine bebe del origen de la ficción, del gran teatro del mundo calderoniano, de la farsa vital, del disfraz que el devenir noir se enfunda para no ser reconocido.

La vida es una ficción, una sucesión episódica de pequeñas novelas negras, en esencia, un film noir.
Somos seres tan reales como ficticios, al igual que los personajes del halcón maltés, obsesionados por los límites de la existencia, adoradores de estatuillas inexistentes, más, habitados por el cine. 

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